enero 16, 2009

Odiseas Elytis, Ventanas hacia la quinta era




I

¿Conoces la cabellera que compuso al viento? ¿Las miradas que dispusieron en paralelo al tiempo? ¿El silencio que se sintió a sí mismo?

Pero tú eres una invención nocturna que se complace en las lluviosas confidencias. Que se complace en el despliegue de tres velas del ponto. Eres un caso incorregible que cuando naufraga reina. Una deslumbrante catástrofe eres...

¡Ah! Quiero que vengan los elementos que saben arrebatar. La cintura de mis pensamientos deleitará a su curvada disposición. Cuando asciendan creciendo los anillos el repentino cielo tomará el color de mi último pecado.


¡Mientras que el último estará aún seducido por estas solitarias palabras!


II

Un ruido de pasos termina en el borde del oído. Una filtrada tempestad se lanza contra el juvenil pecho que derrocha su inexplicable resplandor.
El deseo tiene una muy elevada prestancia y en sus palmas arde la ausencia.
El deseo engendra el camino por el que quiere andar. Se va...


¡Y un pueblo de manos hacia él se enciende presa de entusiasmo!


III

¡Qué bella! Ha tomado la figura del pensamiento que la siente cuando ella siente que le está dedicada...


IV

En viñas que no tienen edad se escondieron mis estivales abandonos. Una oleada de sueño fue arrastrada los dejó alli no preguntó. En sus sordas redes el zumbido rodeó un enjambre de abejas. Las bocas se parecieron a los colores se fueron dentro de las flores. Las aguas muy tempraneras han detenido su habla nocturna e intocable.

Es como si no supieras ya nada.

Y sin embargo tras este ignorado montículo hay un sentimiento. No tiene lágrimas ni conciencia.


No se va no vuelve.


V

Una red invisible sujeta el sonido que ha adormecido muchas verdades. Entre las naranjas de su atardecer se desliza la duda. Sopla la boca sin cuitas. Su fiesta hace que brillen las deseables superficies. Puede creer uno hasta en sí mismo. Sentir la presencia del placer hasta en las niñas de sus ojos.
De sus ojos que corren por la espalda del amor. Y encuentran su virginal lascivia en el transparente rocío de mi más nocturno césped.


VI

Una corza corre por la cresta de la cima. Y tú no sabes nada por eso está tan clara la distancia. Y si alguna vez te enteras la lluvia que te anegará ha de ser lúgubre.

¡Huye corza! ¿Por dónde? junto a tu redención huye vida como cresta de cima.


VII

Cuentos amamantaron la germinación de esta edad que eleva los naranjos y los limoneros hasta la sorpresa de mis ojos. ¿Qué sería la felicidad con su impracticable cuerpo si se hubiera enredado en las galanterías de estas verdes confidencias? Dos brazos esperan. En sus codos se apoya la tierra entera. En su espera toda la poesía. Tras la colina existe la senda que trazó el fresco paso de aquella transparente muchacha. Se había ido a través de la mañana de mis ojos (mientras los párpados habían hecho el favor de su sol) -y cuando una voluntad fue a hacerla suya, ella se perdió al soplo de cariñosos vientos cuya protección era luminosa. La senda amó la colina y ella conoce bien el misterio.

¡Ven pues lejana desaparición! Ninguna otra cosa desean más los abrazos de los jardines. Al contacto con tu palma se regocijarán los frutos que ahora planean sin objetivo. En el transparente apoyo de tu talle los árboles encontrarán la duradera consumación de sus susurrados retiros. En tu primera despreocupación crecerán las hierbas como esperanzas. Tu presencia refrescará el rocío.

Entonces abrirás dentro de mí los abanicos de los sentimientos. Lágrimas de conciencias, piedras preciosas, regresos y ausencias. Y mientras corra el cielo bajo los puentes de nuestras manos entrelazadas, mientras los más preciosos cálices combinen bien con nuestras mejillas daremos la figura del amor que falta en estas visiones.
Entonces daremos


Al funcionamiento de los más difíciles sueños una segura restauración.



De 'Primeros poemas', En Orientaciones, Ediciones del oriente y el mediterráneo. Guardarrama, 1996. Traducción de Ramón Irigoyen.