diciembre 27, 2008

Farid Ud-din Attar, El Lenguaje de los Pájaros. Capitulo III.




El Ruiseñor

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En primer lugar se presentó el enamorado ruiseñor; estaba fuera de sí por el exceso de su pasión. Expresaba un sentido en cada uno de los mil tonos de su canto y en los diversos sentidos se encontraba contenido un mundo de secretos. Celebró, pues, los secretos del misterio, hasta el punto en que cerró la boca a los otros pájaros. “Los secretos del amor me son conocidos –dijo-; toda la noche repito mis cantos de amor. ¿No hay algún ser desgraciado como David a quien pueda cantar melancólicos salmos de amor? Es en imitación de mi canto que gime la flauta y el laúd parece oír quejidos. Yo hago sobresaltar lo mismo a los parterres de rosas que al corazón de los amantes. Sin cesar enseño nuevos misterios; a cada instante repito nuevos cantos de tristeza. Cuando el amor me hace violencia, hago oír un ruido parecido al de las olas del mar. Cualquiera que me escucha pierde la razón; está en embriaguez, no importa qué dominio guarde ordinariamente sobre él mismo. Si se me priva durante mucho tiempo de la vista de mi querida rosa, me desolo y paro mis cantos, que revelan los secretos. Cuando ella extiende por el mundo, al principio de la primavera, su suave olor, yo le abro alegremente mi corazón y, por su horóscopo feliz, mis penas cesan; pero el ruiseñor se calla cuando su bienamada no se muestra. Mis secretos no son conocidos por todo el mundo; pero la rosa sabe con certidumbre cuáles son. Sumido por completo en el amor de la rosa, yo no pienso en absoluto en mi propia existencia; sólo pienso en el amor de la rosa; sólo deseo para mí a la rosa bermeja. Esperar al Simorg está por encima de mis fuerzas, el amor de la rosa es suficiente para el ruiseñor. Es para mí para quien ella florece con sus cien hojas; ¿cómo, pues, sería yo desgraciado? La rosa que hoy se abre llena de deseos por mí me sonríe alegremente. Aunque sólo se muestre ante mí bajo el velo. Yo veo incluso evidentemente que me sonríe. ¿Podría el ruiseñor quedarse una sola noche privado del amor de un objeto tan encantador?

Respondió la abubilla al ruiseñor: “¡Oh tu que te has quedado atrás, ocupado con la forma exterior de las cosas! Deja de complacerte en un seductor apego. El amor de la carita de la rosa ha clavado en tu corazón muchas espinas; ha manipulado en ti y te ha dominado. Aunque la rosa sea hermosa, su belleza desaparece en unos ocho días. Ahora bien, si el amor es algo tan evidentemente caduco sólo debe provocar el hastío en las gentes perfectas. Si la sonrisa de la rosa excita tus deseos, es para atraerte día y noche a los gemidos de la queja. Deja, pues, a la rosa y sonrójate; pues ella se ríe de ti en cada nueva primavera y no te sonríe.”

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La princesa y el derviche.

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Un rey tenía una hija, bella como la luna y a la que todos tenían simpatía y afecto. La pasión estaba continuamente alerta a causa de sus ojos medio cerrados por el sueño y por un dulce entusiasmo. Su rostro tenía la blancura del alcanfor y sus cabellos la negrura del almizcle. Los rubíes del agua más hermosa se secaban de celos ante el brillo de sus labios. Si manifestaba aunque fuera un poco de su belleza, la razón se entristecía al no poder apreciarla dignamente. Si el azúcar hubiera llegado a conocer el sabor de sus labios se habría coagulado o fundido de vergüenza. Por efecto del destino, un derviche, cuya vista recayó sobre esta brillante luna, se prendió de ella violentamente. El pobre hombre tenía en la mano un pequeño pan redondo, mientras que se había quedado en casa del panadero el pan que habría podido alimentarlo. Pero cuando su mirada cayó sobre la mejilla de esta luna, el panecillo cayó de su mano al camino. La joven pasó ante él como una llama de fuego y se alejó riendo. Cuando el derviche vio esta sonrisa, cayó sobre el polvo sumido en la sangre. Tenía aún la mitad de su pan y la mitad de su alma; fue privado de ambos al mismo tiempo. No tuvo reposo ni de día ni de noche; pero guardó silencio y se contentó con llorar y arder. Cuando se acordaba de la sonrisa de esta princesa, derramaba lágrimas como la nube que reparte una lluvia abundante. Este amor frenético duró siete años, durante los cuales él durmió con los perros en la calle de su amada. Las gentes de la princesa acabaron por darse cuenta de la cosa y, como eran de un natural malvado, forjaron en común acuerdo el proyecto de cortarle la cabeza al derviche como se corta una vela. Sin embargo la princesa llamó al fakir en secreto y le dijo: “¿Hay algún acercamiento posible entre una persona como yo y una persona como tú? Pero sabe que mis gentes tienen algo contra tu vida; así que vete y huye; deja de permanecer ante mi puerta, levántate y desaparece.”

El desgraciado derviche respondió: “El día que me enamoré de ti, lavé mis manos de la vida. Que millares de almas privadas de reposo como yo puedan sacrificarse por tu belleza a cada instante. Puesto que me quieren matar injustamente, di una palabra en respuesta a la única pregunta que tengo para hacerte. Puesto que tú eras la causa por la que me querían cortar la cabeza, dime ¿porqué te reías de mí?” –“¡Oh ignorante! –le respondió ella-, cuando he visto que ibas a deshonrarte, he reído de piedad por ti. Me he permitido reír de piedad, pero no por burla.” Ella habló y se retiró como el humo, lejos del desolado derviche.

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1 Comments:

Blogger Tâleb Bashîr said...

Muchas gracias por compartir estos relatos del "saber olvidado"...

12:13 p. m.  

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