Los Adamitas. [Leo Alishan]
Un heresiógrafo persa anónimo de principios del siglo undécimo ha dejado un manuscrito poco conocido identificado por el título general de al-melal wal nehal (Religiones y sectas). El género se hizo popular con la expansión del imperio islámico pero degeneró en clichés y discusiones de viajeros hasta que llegaron los mongoles y demostraron a los persas que la curiosidad por los extraños no siempre resulta saludable.
Por un colofón de fecha posterior sabemos que el autor murió, ya anciano, en el Irán nororiental. También sabemos que empleó cerca de veinte de sus años mozos en viajes e investigaciones para elaborar su disertación sobre “todas” las creencias heréticas. Su propósito, nos dice, fue tratar de entender por qué los hombres han persistido en creer supersticiones tan tontas y han continuado creyendo en “cuentos tan ridículos que provocarían la risa incluso entre los niños.” ¿Por qué hace el hombre tal mofa de su dignidad, se pregunta, cuando “Allāh, el Misericordioso, el Clemente, le ha enviado luz para guiarlo en el camino recto al Paraíso, desde los días de Abraham a los de Moisés y desde Jesús al Sello de los profetas, Mohammad, la paz sea con ellos?”
sabemos también que nuestro autor no disfrutó de mucha paz de espíritu en sus últimos días, y que tampoco la tuvo de joven. Es obvio que detestó apasionadamente a “los paganos y los herejes”, pero deja igualmente muy claro cuánto despreció la tortura pública y las ejecuciones de “aquellas almas perdidas e ignorantes que, no obstante, creen estar sirviendo a mi Bienamado...; sobre todo si no están empeñadas en convertir musulmanes.”
Entre las muchas religiones que estudió en la parte occidental de Irán, e incluso más allá de sus fronteras extraoficiales, hay una secta conocida como la de los Ādamiyya (adamitas). Parecen ser una rama poco conocida de cristianos persas excéntricos. Hago esta suposición porque el autor dice: “Algunos se autodenominan adamitas y otros, kiyumarsiyya” —de Kiyumars, el primer hombre creado por Ahura Mazda, según el zoroastrismo. Estas personas habían sido perseguidas continuamente, primero por los zoroastrianos y los cristianos, y luego, también, por los musulmanes. Se las encuentra, principalmente, como ermitaños, vagando por las montañas de Azerbaiyán y Armenia, “que oran con el mismo apasionamiento con el que cantan canciones de amor que desgarran el corazón.”
Después de muchos encuentros y discusiones con algunos de sus ancianos, nuestro autor dice: “no hay límite alguno para la imaginación del hombre. Esta misma facultad que puede salvarle sirve también de medio para su condenación.” Escribe que estos adamitas creían que Dios creó a Adán y a Eva felices y armoniosos, y llenos de un saludable deseo mutuo. Pero cuando alguien o algo, quizás Adán, se interpuso en el amor entre Satán y Dios, Satán no pudo soportar ver felices a los amantes. ¡Los odió más que a ninguna otra cosa, más aún que a la verdad! De modo que les presentó el fruto prohibido.
En cuanto a quién lo tomó primero y quién lo dio a quien, nuestro autor dice que la mayoría creía la versión “verdadera”: que Eva lo tomó primero y lo dio a Adán. Otros pensaban que era al revés. Pero, realmente, ¿qué más da? Como dice nuestro autor: “Puesto que es un sistema de creencias falso de raíz, no importa demasiado quien está ‘más cerca’ de la verdad: la verdad de que Dios es absoluto y no está sujeto a creencias relativas; y esto, especialmente después de la revelación definitiva y completa del Todopoderoso: la ‘Palabra de Allāh’, el Santo Qorán”.
Con lo que todo adamita estaba de acuerdo era con que, después de comer esta manzana de la discordia, todo cambió súbitamente. Un día Adán volvió a casa y dijo, “Buenas tardes”, y Eva contestó, “Buenos días, cariño, y no olvides ordeñar la vaca”. Eva se acostó en su lugar de costumbre y Adán fue y se acostó de cara a los pies sucios de Eva con sus propios pies asquerosos delante de la cara de Eva. Todo se volvió discordante entre ellos. En otra ocasión, por la tarde, mientras estaban sentados dándose la espalda, Adán exhaló un suspiro estremeciéndose. Eva preguntó: “¿Qué?” y Adán contestó: “¡¿Cómo que qué?! ¿Cuándo me has entendido, mujer?” A su vez, Eva soltó un suspiro terrible. Adán preguntó: “¿Qué?” Eva dijo: “No me entiendes. Nunca lo hiciste. ¡Simplemente no puedes! Sin embargo, desde el día en que fui creada de ti, he estado siempre contigo. Necesito tener mi propio espacio. Debo encontrarme a mí misma.” Adán pensó, “¡Qué alivio! El Señor me creará una nueva compañera. Una que ya se haya encontrado a sí misma, que sea más joven, más amorosa, menos peleona y menos loca que Eva.” Pero no dijo nada. Se levantó y caminó hacia el bosque. Cuando volvió, Eva se había ido y estaba oscuro. Por primera vez en su vida, Adán sintió la lluvia.
Según nuestro autor, —que continuamente pide perdón al lector por estos cuentos ridículos e infantiles— los adamitas creían que Dios creó, entonces, otra compañera para Adán y, cuando ésta no resultó, ¡creó otra más, y otra!; hasta que se hastió el corazón de Adán; hasta que Adán suspiró por Eva.
Pero, para entonces, Eva vivía en el otro lado del mundo y Adán no pudo encontrarla. A Eva también le había abandonado su último compañero. Estaba sentada en un tronco en un bosque, mirando a dos águilas que limpiaban su nido, cuando una lágrima asomó en sus ojos y Eva suspiró por Adán.
El Señor oyó ambos suspiros, Su corazón se quebró, y cayó a tierra una lágrima que, para los adamitas, había dado origen al mar Caspio. Pero el Señor no podía invertir el curso de los acontecimientos. En cambio, hizo hereditario y eterno este anhelo de Adán y Eva, hasta que otra vez se abrazaran el uno al otro, si bien en los nuevos cuerpos de sus descendientes, separados de ellos por cientos de generaciones. El Señor estableció el amor en los corazones de Adán y Eva.
Los adamitas creían pues que entonar canciones de amor o recitar oraciones era lo mismo; que ambas eran reminiscencias de la edad de felicidad e inocencia de la humanidad, y recuerdo de la magnanimidad majestuosa de Dios al perdonar su pecado original. Dice nuestro autor que los adamitas creían que, dejando al hombre con tal anhelo por el amor, el Señor había dado al hombre la esperanza, “la esperanza de la redención y la felicidad.” La imagen de Eva es innata en los corazones de los hijos de Adán, y la imagen de Adán alienta y vive en las hijas de Eva.
Concluye luego su capítulo sobre los adamitas sin más comentario que éste:
Así pues, creen que cada vez que un joven y una muchacha se enamoran, Adán y Eva están intentando reconciliarse de nuevo; y que cada vez que unos jóvenes enamorados se casan, nuestros padres primordiales están tratando de recobrar sus soleados días de antes de las lluvias.
Lo que es aún más interesante es la posdata que este sabio anónimo ha dejado al final de su manuscrito, cerca de treinta años después de terminar el libro. Si no fuera por estos párrafos torpemente transcritos, no creo que hubiera pensado mucho acerca de este libro ni de los adamitas. Estoy seguro de que no habría perdido ni un instante para comunicar al lector actual estas creencias por tanto tiempo olvidadas. Pero siento ahora una cierta obligación, y hago lo creo tener que hacer.
En el colofón se lee:
Ahora que he pasado de los setenta y que he sido bisabuelo tres veces, me pregunto por qué el Señor ha visitado mis vigilias y mis sueños con pensamientos sobre los adamitas, treinta y cinco años después de que los viera por última vez. Sé que nuestros teólogos y nuestros sabios están completamente en lo cierto al distinguir al hombre de los demás animales atribuyéndole la cualidad de nātiq, “de pensamiento racional y habla inteligible”. Sin embargo, ésta es, tan sólo, una observación científica digna de los griegos paganos. Un verdadero musulmán debe recordar siempre que entre todos los seres vivos de este mundo, animados o inanimados, tan sólo el hombre ha sido bendecido y agraciado con un alma divina; el hombre es el único en estar compuesto de cinco elementos y no de cuatro. Hasta años recientes pensaba yo que la oración era el alimento del alma; la oración, y el ayuno, y la peregrinación, y la limosna y, por encima de todo, la afirmación de la unidad perfecta de Dios, uno y único. Observé meticulosamente y sin reservas todos estos preceptos. Pero ahora, en mi vejez, siento que, quizás, lo que se entiende por alma es la capacidad de amar del hombre. Quizás el amor, que empieza con el de la madre y el niño y evoluciona hacia el del hombre y la mujer, encuentre su última cristalización en el amor de Dios, a quien nuestros maestros sufíes tiempo ha que han entronizado como su Adorado y Bienamado ideal. Quizás la búsqueda mutua de Adán y de Eva, su anhelo por verse de nuevo cara a cara, sea el preludio terrestre de la experiencia celestial de mirar de nuevo a Dios. Quizás el amor sea el quinto elemento. Quizás el amor sea el aliento de Dios, el alma del hombre.
Señor, cuando llegue el momento de dejar este mundo de viento y de nubes, te rendiré mi alma con esperanza. Sé que perdí toda mi inocencia en el transcurso de mi búsqueda, pero, si place a tu divina voluntad y a tu criterio definitivo, me gustaría pensar que, conociendo el amor y rindiéndome a él, puedo conseguir recobrar una pequeña porción de este amor en el momento de mi muerte.
Fuente: www.nematollahi.org
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Etiquetas: Sufismo
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