diciembre 24, 2008

Un pequeño cuaderno de navidad.

"En verdad les digo: si el grano de trigo no cae en tierra
y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto"
Juan, 12:24.



Vamos a comenzar a vivir, porque es el tiempo de la bienaventuranza, y comienza ante la puerta que difícil reza “Vosotros los que entráis dejad aquí toda esperanza”. Preciso es alzar al sol la vista y abandonarla a su ojo. Nos quede sólo el derecho del corazón cegado y el astro; el guía como cuerda atada a nuestra sombra, junto al amor que en la mente nos razona.


1.

¿Cómo puede la mirada perdida acertar en blanco alguno? No importan de su casa las paredes, las ventanas ni las cosas. Sólo importa la casa en su desierto. Esté quizás el blanco tras los párpados, donde es bella de verdad la estrella y la noche es negra porque se ha quemado, dejando toda forma sin asiento.

¿Será acertar entrar de lleno en lo abierto de uno sin saber siquiera si es tercera o cuarta parte, o acaso si es el medio, el fin, o el arte, pero entrar? ¿Cómo fijar un orden al asunto sin resultar desafiante? Pues ser vencido es deuda teniendo del acto el fruto por delante. ¡Y cómo muerden! ¡Cómo se cierran sobre su hambre entonces los ojos sin par!, siendo ya los ojos de otro.

Vamos a cambiar el dentro afuera y a dejar el dentro. Ciego el corazón veremos a través del sol, aquilatando cuánto hubo de vida del lado de la muerte; cuán lejos de nosotros puede avanzar nuestro amor.


2.

No. No hubo tiempo aquí, pues un segundo espera y fue tan sólo ver. Ver y aún no deber, abrevar un viaje sorbiendo con las palmas vueltas cuenco, sólo un río. Pregunta entonces murmurando la boca en nuestras manos con la sed, y si aún quedara agua, o húmedas las líneas de la mano sostuvieran al sol, toda en su brillo nuestra edad. Nada habría que aplazar, como abrir. Nos levantamos, el tiempo sacude sus dedos aún de brillo, posa otra mano en la frente, enjuga asimismo la sonrisa, hace el gesto de volver el cuerpo al pulso; y ve el camino. Dejamos el río en su curso a la sed… ¿y creemos saber entonces Qué? Aún nada de los peces, ni del fuego, ni de hogar. Es necesario tan sólo enterrar la idea y con ella las voces para el hecho de dormir.


3.

¡Mira al sol! Cantan, el cuerpo muerto, la media voz, y la crecida de los ríos sin moverse el mar. ¿Hay algo más? Claro es, han dicho unidos para ver. ¡Piensa tanto el oído en nuestro sol! ¿Cómo entonar alguna descripción? “Punto en amplitud incierto, cargas con un rostro abierto el ojo de tu voz”; ciego es tu canto que no duerme para verse en eco de nuestra canción… pero no será ese el Sol. Nada él ha de pedir si no es alguna petición. No requiere oír su canto, como no requiere cumbres ni de mar. ¡Oh, buen Sol! ¿Eres artista o si acudiste lo has hecho por arte? Toda vida tiende a ti si no se haya pactando con la muerte un tiempo donde comenzar a vivir.


4.

Vocativo el territorio nuestro, y como sea llamado porque ¡Hay tantas Madres! ¿Cuántos hijos?, qué sonidos para conducirles juntos y en oído derrotero del espíritu al oír: Madre, lengua madre. Reconocible en lontananza, aleluya y exterminio; siempre partiendo en lo pequeño, cual umbral a lo que acude con su forma sin dominio. Palabra de nadie y canto de ninguno reciben de ella la hogaza matinal, y son vestidos a su vez con los remiendos del hermano más mayor (siempre listo a fallecer de bonhomía). ¿Te nombran con respeto madre mía en las ínsulas del sol?

Resístome de imaginar, aunque sea por torpeza, el día en que te cuide quien se allegue con su nave silenciosa, cuando ya la idea nos venza, soberana en tierra extraña. ¿Qué será de ti, terruño de nuestras empresas? ¿Habrá de ser el canto sólo risa junto a un aire inteligible? ¿Renunciaremos, Oh Patria, a tu libertad en lo real y lo sensible?

Mudos moriremos como es que el morir se debe, claro; a menos que la madre se remueva, muera y calle como un poco de nosotros bajo el agua, aún en guerra. Si cambiara entonces de la voz, Naturaleza… cantados volveremos a llamar en verbo Tierra a madre nuestra, entonces ella otorgará su nueva lengua.


5.

Si el hombre del sol tan sólo pende y bajo el cielo nomás carece y se defiende hasta su muerte… pareciera que el vivir no es ya su fuerte, y con el tiempo sólo aprehende cual el agua en lo más frío.

¿Cómo glorificar lo inacabado de su entierro, o la técnica de su cambiante exhumación? Pues sólo permanece el reino de sus yerros, y su propio eco que se vuelve cual sanción.
Sin embargo, no detiene su teatro ¡y cómo sufre al retirarse con las ínfulas de un gran actor! Olvidado tiene el diálogo con la Justicia, y en su monólogo trae la Paz pobre dicción.

Ampara penas su naturaleza, las olas de un mar que se golpea dando la ilusión que avanza su ralea… Debe vivir, paga la muerte su trabajo en el Amor. Destrozada en líneas la canción de su torpeza.


6.

Informe lo glauco e iridiscente mas no lo oscuro sin tal calidad, pues no clarea de informe la noche, ni otorga cada forma del ser a su estado, sólo la luz ha ese don y cuidado por cada parte y total cualidad. Que medre la cantidad bajo todos los astros, que guste al caos aparentarse en la suma total. El orden es la forma de la luz, como vocal del padre a su mensaje. ¡Qué necesaria juventud para cruzar del número su viaje! Indefinido e infinito a los extremos se departen ¿Con qué ojo el hombre verá el sol, si no observa a través de él su corazón?


7.

Tres, dos sudando mientras uno cava, dos que se asomaron en cuatro patas suyas cuales bestias estirándose a comer. Sus cabezas todas se perdían de la superficie, se perdían con sus voces, dos que iban, una que volvía profunda aunque inaudible a esta distancia. Era un bosque y sólo un árbol. La luz clareaba el cuadro con prestancia.

Fueron tres hombres claros por encima de la tierra. Un fruto subió en su mano el tercero, y fue el esfuerzo resultante de cada uno. Otra era su necesidad, sin embargo, sólo ella trabajaba por los tres. “Estaba en la raíz” ¿En la Raíz?, se preguntaron. Confundidos nada les condujo a actuar de forma alguna. El tercero guardó el fruto, sentados cerca de la fosa conversaron y callaron. Habrían de marcharse.

Son dos hombres allegándose en el sitio de la fosa, al mediodía. Sólo uno pronunció palabras: “El descanso tuyo es bajo un árbol”, dijo al hombre que cargaba en su espalda. Tomándole debajo de los brazos le condujo a ir adentro, inclinándose, tomó sus manos levantándolas al cielo desde la superficie. Sólo un hombre cayó entonces de rodillas como para ver su espalda claramente. Ese hombre, que cubrió con su cuerpo las raíces sin contar tropiezo, que extendió una de sus manos entre numerosos frutos, aún bajo la tierra, lejano ya del hambre. No estuvo muerto. Continuaron sus dedos arañando cuales garras de una bestia, la tierra por un trozo de otra bestia enterrada. ¿Habría otros frutos, las raíces serían ramas?

Nadie más acudió al lugar. Sólo encuentro agua donde una hendidura encuentra al mediodía.
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(Diciembre, 2006)