octubre 26, 2009

Antoine de Saint-Exupery, fragmento CXLIX de Ciudadela.




Mi padre decía:

-Se creían enriquecidos al aumentar su vocabulario. Y, por cierto, puedo muy bien usar una palabra más, que significara para mí "sol de octubre" por oposición a otro sol. Pero no veo qué gano con esto. Descubro por el contrario que pierdo la expresión de esa depen­dencia que me ata a octubre, y a los frutos de octubre y a su frescura, con este sol que ya no arriba tan bien a su fin, porque se ha gastado. Raras son las palabras que me hacen ganar algo expresando de repente un sistema de dependencias de las que me serviría en otra parte, como "envidia". Porque envidia te permitirá identificar sin tener que dividir todo el sistema de de­pendencia lo que a ella compara. Así, te diría: "la sed es envidia del agua". Porque los que he visto morir, si me han parecido supliciados, no fue por una enfer­medad, no más abominables en sí misma que la peste, la cual te embrutece y te arranca modestos gemidos. Mas el agua te hace aullar pues la deseas. Y ves en sue­ño beber a los otros. Y te hallas exactamente traicio­nado por el agua que corre en otra parte, lo mismo que por esa mujer que sonríe a tu enemigo. Y tu sufrimiento no es enfermedad, sino religión, amor e imágenes, las cuales son sobre ti eficaces de otra manera. Porque vives según un imperio que no pertenece a las cosas, sino al sentido de las cosas.

Pero "sol de octubre" será para mí un débil socorro porque es demasiado particular.

Por el contrario, te aumentaré si te ejercito en dili­gencias que te permiten, usando las mismas palabras, construir celadas diferentes, y buenas para todas las capturas. Así, respecto a los nudos de una cuerda si puedes lograr algunos que sean buenos para los zorros o para sostener tus velas en el mar y coger el viento. Pero el juego de mis incidentes y las inflexiones de mis verbos, y el soplo de mis períodos y la acción sobre los complementos, y los ecos y los retornos, toda esa danza que danzarás y que, una vez danzada, habrá acarreado al otro la que pretendía transmitir, o cogido en tu libro lo que pretendías asir.

-Adquirir conciencia -decía mi padre otra vez-, es ante todo adquirir un estilo.

-Tener conciencia -afirmaba aún-, no es recibir el bazar de ideas que irán a dormir. Poco me importan tus conocimientos que de nada te sirven sino como objetos y como medios en tu oficio que es el de cons­truirme un puente, o extraerme el oro o informarme, si lo necesito, de las distancias entre las capitales. Pero ese formulario no es el hombre. Tener conciencia, tam­poco es aumentar su vocabulario. Porque su crecimien­to no tiene otro objeto que permitirte ir más lejos comparándome ahora tus envidias, sino que es la ca­lidad de tu estilo que garantizará la calidad de tus diligencias. Si no, nada tengo que me relacione con esos resúmenes de tus pensamientos. Prefiero escuchar "sol de octubre", que me es más sensible que tu nueva palabra y me habla a los ojos y al corazón. Tus piedras son piedras; después, reunidas, columnas; después, una vez reunidas las columnas, catedrales. Pero no te he ofrecido esos conjuntos de más en más vastos que a causa del genio de mi arquitecto, el cual los prefería para las operaciones de más en más vastas de su estilo, es decir, de la expansión de sus líneas de fuerza en las piedras. Y en la frase también efectúas una operación. Y es lo que importa.

-Toma ese salvaje -decía mi padre-. Puedes aumentar su vocabulario y se cambiará en inagotable charlatán. Puedes llenarle el cerebro con la totalidad de tus conocimientos, ese charlatán se convertirá en. oropel y pretensión. No podrás detenerlo. Y se embriagará de verborragias vacías. Y tú, ciego, te dirás:: ¿cómo puede ser que mi cultura, lejos de elevarlo haya. bastardeado a este salvaje y haya logrado no el sabio, que esperaba, sino un detrito con el cual no sé qué hacer? ¡Cómo reconozco ahora que era grande y noble y puro, en su ignorancia!

Porque había sólo un regalo para hacerle, que de más en más olvidar. Y era el uso de un estilo. Porque en lugar de jugar con los objetos de sus conocimientos como con balones de colores, de divertirse con el sonido que producen, y de embriagarse con su juglaría, helo aquí de pronto que, empleando quizá menos objetos, va a orientarse hacia esas diligencias del espíritu que son ascensiones del hombre. Y he aquí que se volverá reservado y silencioso como el niño que habiendo recibido de ti un juguete ha, en un principio, hecho ruido. Pero he aquí que le enseñas que puede lograr conjuntos. Lo ves entonces volverse pensativo y ca­llarse. Encerrarse en su rincón de la pieza, arrugar la frente y comenzar a nacer al estado de hombre.

Así, pues, enseña primero a tu bruto la gramática y el uso de los verbos. Y de los complementos. Ensé­ñale a actuar antes de confiarle sobre qué actuar. Y a aquellos que hacen demasiado ruido, remueven, como tú dices, demasiadas ideas y te fatigan, los observarás que descubrirán el silencio.

El cual es único signo de la calidad.

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